Durante
la evangelización de Japón, un misionero fue hecho prisionero por samurais.
—Si
quieres seguir vivo, mañana tendrás que pisar la imagen de Cristo delante de
todo el mundo— dijeron los guerreros.
El
misionero se fue a dormir, sin ninguna duda en el corazón: jamás cometería
semejante sacrilegio, y estaba preparado para el martirio.
Se
despertó en mitad de la noche y, al levantarse de la cama, tropezó con un
hombre que dormía en el suelo. Casi se cayó de espaldas: ¡Era Jesucristo en
persona!
—Ahora
que ya me has pisado, ve ahí fuera y pisa mi imagen— dijo Jesús. Porque luchar
por una idea es mucho más importante que la vanidad de un sacrificio.
Del
amigo Coelho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario